Oscar
Bonilla
Ernest Hemingway
aconsejaba tratar a la muerte como a una puta: está bien tomar un trago con
ella, pero no hay que llevarla escaleras arriba. Pero Hemingway ignoró su
propio consejo aquella mañana en que tomó una escopeta en su casa de Idaho y se
pegó un tiro en la cabeza. Tenía 61 años, tres hijos, tres ex esposas y los
premios Pulitzer y Novel. Era también, probablemente, el escritor vivo más
famoso de su tiempo. Y aunque su suicidio no debió ser una sorpresa para sus
allegados (después de todo, tras el suicidio de su padre, Hemingway anunció que
él se iría de la misma manera) los escarceos de Hemingway con la muerte
comenzaron desde su infancia y continuaron hasta convertirse en una obsesión
que determinó, en gran medida, el curso de su vida.
Hemingway
nació en Oak Park, Illinois, en 1899, en el seno de una familia de clase media.
Fue el segundo de los seis hijos procreados por Clarence Edmonds y Grace Hall,
un doctor y una cantante de opera amateur. Acerca de la infancia de Hemingway, y de las
repercusiones psicológicas que esta tuvo sobre el desarrollo de su personalidad, se ha teorizado mucho: se habla de un padre débil, fácilmente dominado por la madre; se habla de que el pequeño Hemingway fue vestido de niña
durante su primera infancia. Es a estas situaciones a las que se recurre para
explicar el personaje de macho violento que Hemingway cultivó durante el resto
de su vida, sugiriendo el miedo a la castración como posible causa de su
hipermasculinidad. Esta, sin embargo, no deja de ser una explicación
superficial que ignora la complejidad del ser humano que fue Ernest Hemingway.
Después de todo, no fue solo el personaje de la vida pública, sino el
artista, el escritor que renovó el uso del lenguaje inglés en la literatura,
y cuyos cuentos, centrados en la psicológica de los personajes, superan la
anécdota, no a través de la acción, sino de la sutileza, de la omisión y del
estilo. Hemingway fue el machista, sí, pero también el tipo cursi de las cartas que
escribía a sus amantes, en las que se expresaba con el lenguaje de los
adolescentes. Fue, además, un individuo cuya obsesión por la muerte dirigió el
curso de su vida. Esta obsesión se manifestó en distintas formas: la guerra, la
cacería, las corridas de toros; y concluyó con su suicidio (prueba del grado en
que todas esas expresiones de la muerte estaban relacionadas entre sí, es el
dicho del propio Hemingway, quien confesaba que mataba animales para no matarse
a sí mismo).
Más
allá de las cacerías infantiles, animadas por el padre, es la entrada de
Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial lo que brinda al joven Hemingway,
todavía adolescente, su primera oportunidad para rozarse con la muerte. Aunque
es rechazado por el ejército debido a su visión deficiente (durante la Primera
Guerra Mundial no se aceptaba a soldados que usaran o necesitaran usar lentes,
debido a que dificultaba el uso de la máscara anti gas. Más adelante los
alemanes diseñaron lentes especiales para ser usados bajo la máscara, aunque siguió considerándose como la última opción), Hemingway logra ir a la guerra en
Europa enlistándose como conductor de ambulancias en la Cruz Roja. Una vez
allí, es destinado a Italia y su experiencia de guerra se limita a conducir,
retirar a los heridos del frente de batalla y llevar raciones a los
combatientes. Finalmente, es herido por la explosión de un mortero y su breve
incursión en la guerra termina, pero no antes de que le otorguen una medalla
por continuar con su labor de rescate pese a estar herido. Pasa el resto de la
guerra en un hospital y, cuando regresa a casa, se dedica a dar charlas en las
escuelas locales, donde lo reciben como un héroe.
Durante los años que siguen, Hemingway se consolida como escritor, va a corridas de toros, de cacería y pesca. Asiste, también, a la Guerra Civil Española y a la Segunda Guerra Mundial, esta vez como reportero de guerra.
Después
del suicidio de su padre, en 1928, Hemingway escribe una carta a la madre de
Pauline, su segunda esposa, diciéndole que, probablemente, él morirá de la
misma manera. A partir de ese momento, su comportamiento autodestructivo se
agrava. Aunque siempre fue un gran bebedor, comienza a abusar del alcohol cada
vez más. Durante los siguientes treinta años, además de asistir a distintos
conflictos bélicos de forma voluntaria, viaja a África para ir de safari y
termina involucrado en dos accidentes de avión que lo dejan herido y con
posible daño cerebral.
Hemingway
escribió cuentos y novelas que lo convirtieron en un mito viviente, ganó las
distinciones literarias más importantes del mundo y vivió una vida agitada.
Pero, a los 61 años, cansado y después de ser obligado a abandonar Cuba
(aparentemente por presión del gobierno Norteamericano, pues Castro estaba en
el poder), la mañana del 02 de julio de 1961, Hemingway se levantó temprano,
tomó una escopeta y se suicidó.
El
suicidio, sin embargo, no se conformó con Ernest y su padre. Dos de los cinco
hermanos de Hemingway: Leicester y Ursula, también se suicidaron. Más adelante,
la actriz Margaux Hemingway, nieta de Ernest, terminó con su vida a los 42 años.
Como explicación, algunos sugieren una especie grave de depresión hereditaria,
otros apuntan a una condición llamada Hemocromatosis, que provoca una
acumulación de hierro en el organismo y que fue diagnosticada tanto a Ernest, como a su padre, Clarence. Y, aunque las causas reales siempre serán un
misterio, durante las últimas décadas, Mariel Hemingway, hermana menor de
Margaux, se ha dedicado al activismo en favor de la salud mental.
En el año 2006, el doctor Christopher Martin, de Houston, Texas, escribió una autopsia psicológica
de Hemingway en la cual concluyó que, a la luz de la enfermedad
mental, los logros de Erenst Hemingway son más notables, pues muestran que era un
hombre de fuerza y resiliencia extraordinarias, a pesar de que al final perdiera
su batalla.
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