lunes, 1 de junio de 2020

Beautiful things don´t ask for attention: el arte de contar lo cotidiano.





Hay una escena en la segunda adaptación cinematográfica de la historia de Walter Mitty en la cual el personaje interpretado por Sean Penn, Sean O´ Connell, un fotoperiodista evasivo  que ha viajado a los Himalayas con el objetivo de fotografiar al también evasivo gato de las nieves, se detiene justo antes de accionar su cámara para contemplar al animal al que está a punto de capturar en imágenes. Entonces, mientras observa al gato confundirse entre la nieve y las rocas de aquella región remota del mundo, antes de decidir que no tomará la foto para no poner barreras entre él y el momento que vive, O´Connell murmura lo siguiente: las cosas hermosas no piden atención. Después, el gato se esfuma sin ser capturado y O´Connell y Mitty bajan a jugar futbol con un grupo de chicos locales.
            Esta escena, sencilla, efectiva y de diálogos mínimos (y prueba de su efectividad es que es prácticamente lo único que recuerdo de la película varios años después de haberla visto) siempre me hace pensar en la literatura, en particular, y en el arte en general. Más allá de esnobismos, de distinción de literaturas menores y mayores, siempre me ha interesado la literatura que cuenta historias de personas, con la complejidad y la simpleza que ello implica. Nunca me sentí atraído por las sagas épicas, los sucesos extraordinarios, las batallas por la humanidad, el bien, el amor y la justicia. En cambio, desde muy chico, prefería las historias de oficinistas que buscan la salvación sin encontrarla, de maestras de música que se ilusionan para desilusionarse, historias de borrachos y de toxicómanos, sí, pero también de padres de familia que discuten escaleras arriba para que los niños no escuchen, historias de niños tristes que toman clases de piano. El gran acierto de algunos libros que cuentan historias que rebasan al individuo, es, precisamente, contarlas a través del individuo. En la novela Vida y destino, Vasili Grossman nos cuenta la historia de Rusia durante la Segunda guerra mundial (la gran guerra patria) a través de las pequeñas historias de científicos que tienen romances con las esposas de sus colegas, de obreros atrapados en fábricas consideradas esenciales para el esfuerzo bélico, burócratas fanáticos traicionados por el Partido Comunista, chicas de escuela que marchan a la guerra, etc… El torbellino, la marea fuerte que es la historia, se observa de manera más efectiva cuando se cuenta desde las gotas; precisamente porque es sencillo olvidar que los grandes eventos llevan dentro incontables sucesos pequeños (aparentemente, y solo aparentemente, sin importancia).
            En Sumisión, Michelle Houllebecq nos dice que el verdadero talento de un escritor consiste en crear un mundo en concordancia consigo mismo. En otras palabras: ofrecer, desde el punto de vista subjetivo, una visión del mundo que compartimos, lo suficientemente amplia como para ser reconocida por otros y lo suficientemente original para iluminarlo como algo nuevo, algo hermoso. El arte, a fin de cuentas, busca revelar lo cotidiano como algo nuevo y mejor; volver la mirada a lo visto mil veces y observarlo por primera vez. Y las historias cotidianas, como gatos fantasmas en la nieve, no necesitan que se les preste atención, pero lo hacemos, porque son bellas y lo bello existe, sea o no visto.
            Al final de la película, el propio O´Connell compara la fotografía del gato de las nieves con un retrato hecho a Walter Mitty, un oficinista común, con una vida común y una historia que bien podría haber quedado olvidada entre las manchas de las grandes historias, entre la nieve y las piedras del tiempo.  

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